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  • Foto del escritorNatalia Serna

Aquella noche


Aquella noche, mientras escribía en su journal, Ayla no podía dejar de pensar en él. Aquella sensación en el pecho, que venía sintiendo desde hace tiempo, se hacía cada vez más evidente cuando su imagen aparecía en su mente. Aunque lo había negado durante mucho tiempo, no fue hasta hace unos días que había admitido que se había enamorado de él.

Estaba atrapada en una espiral de la que no podía salir a menos que alguien liberase el hechizo que la tenía presa. Su amor era imposible porque las probabilidades de que él se fijara en ella de la forma en que deseaba eran, por lo pronto, nulas. Así que aquel profesor, por el que ella suspiraba a diario, se volvió alguien intocable.


Aquel sentimiento, aparentemente inocente y hermoso, se convirtió en una tortura para ella. Quería verlo. Ella deseaba que sus ojos se cruzasen con los de él por aquellos pasillos de la facultad. Anhelada encontrárselo casualmente por aquel lugar y cuando aquello no ocurría, la tristeza se apoderaba de su corazón. En el fondo Ayla quería confesarle su amor, pero tenía miedo. Miedo al rechazo, a sus represalias y a que no volviera a hablar con ella nunca más.


Los meses pasaron y el cuatrimestre llegó a su fin. A duras penas Ayla había logrado superar la asignatura con una calificación algo mas baja de lo que ella esperaba. Estaba feliz por haber llegado al objetivo que se había marcado, pero, a su vez, estaba triste porque no lo volvería a ver. Aunque estaba triste, decidió acudir a la revisión del examen para volver a verlo una última vez. A cada paso que daba hacía el despacho de aquel profesor, notaba como el corazón que salirse de su pecho y todo su cuerpo temblaba involuntariamente.

En su despacho, mientras él estaba buscando su examen para que lo viera, se preguntaba cómo no había notado nada. Sin poder escuchar las correcciones que hacía de su examen de literatura, Ayla no dejaba de imaginar cómo sería besar sus labios. Sin poder aguantar más, se levantó de la silla, fue directa a él y, sin pensárselo dos veces, le besó.


En aquel momento se detuvo el tiempo. Ayla pensaba que él la quitaría al instante, pero no fue así por que, ni en sus mejores sueños, imaginaba que él le respondería de aquella forma. Simplemente se dejaron llevar.

Su cuerpo se pegaba cada vez más al de él notando como su miembro se hacía cada vez más presente dentro de sus pantalones. Se deseaban el uno al otro. La mano de él empezó a deslizarse por su entrepierna metiéndose por debajo de su falda. La temperatura empezaba a subir por momentos. El roce de sus cuerpos aumentaba las ganas de devorarse el uno al otro por lo que, en un momento de tregua, él decidió cerrar con llave la puerta de su despacho. Aquellos veinte minutos fueron los mas excitantes de sus vidas. Ayla sentía que su pequeño corazón iba a explotar llenando de amor aquel minúsculo despacho. Las caricias, los besos y el movimiento de caderas de él provocaban que cada célula de su cuerpo temblase con cada embestida. Quería gritar de placer, pero el miedo a que fuesen descubiertos les obligaba a morderse los labios en todo momento.


Y aquel instante de pasión desenfrenada terminó con un abrazo entre ambos mientras no dejaban de sonreír entre los besos que se regalaban. Ayla no se preguntó si volvería a vivir otro momento como el que acababa de vivir con pasión y romanticismo a partes iguales porque, en aquel momento, tan solo quería sentir los fuertes brazos de él acariciando su espalda.

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